No le quería. Pero me gustaba dormir con él. Bueno, si le quería. Claro que sí. Pero no de esa manera. Me sentía extrañamente bien intentando yacer apoyada en su espalda. Y su expresión se hacía tierna cuando posaba mi cabello todavía húmedo desprendiendo aroma a lavanda. Mi cabeza se encontraba en aquel hueco que parecía perfecto para sedimentarme. Justo antes del final de su espalda. Casi no cabíamos en el colchón inflable de la teletienda que habíamos instalado en el salón.
Eso de no tener aire en el dormitorio era como la muerte dulce.
No tenía nada que hacer. Agosto nos invadía con un sol que casi arañaba. La cuidad estaba sola. Y si sola estaba la cuidad imaginemos como estaba el barrio.
Desde hacía varios días nos dedicabamos a eso. En cuanto comía me daba una ducha rápida y me escapaba a su casa apresurada para que me diera tiempo de llegar antes de secarme del todo.
Él ya estaba preparado. Había puesto el colchón y su postura parecía siempre la misma. Un lagarto tomando el sol. Y yo repetía el mismo ritual cada día. Me ponía transversal a él y hacía de lagarta sobre su cuerpo. Y así podían pasar horas. Nunca conseguí dormir. Morfeo no me quería visitar. Como mucho conseguía soñar. Pero a mi no me hace falta cerrar los ojos para eso. Él si que dormía, y yo disfrutaba sintiendo como me mecía su abdomen al respirar.
A veces me agarraba la mano para dedicarse a acariciar mis dedos. Decía que eran de pianista. Nunca se me dieron bien los instrumentos. Me gustaba que viera en mí algo que no era.
Sólo era consciente del paso del tiempo cuando las tripas me rugían. Entonces le zarandeaba hasta convencerle de que me sacase el helado de chocolate del congelador. Y lo peor es que hasta me hacía caso. Me sentaba sobre el colchón descalza y con las piernas cruzadas. En mi cara se dibujaba una sonrisa maliciosa cuando tenía la cuchara en una mano y el helado en la otra. Disfrutaba con el cholocate. Dios, si que lo hacía. Pero nunca lo habría hecho tanto si no hubiera sido en su compañia. Mirándole, todavía aletargado de la siesta. Recostado en el colchón con la cabeza apoyada en el sofá. Me sentía bien. Daba demasiado miedo decir feliz.
Me faltaba música. Fui a su cuarto a buscar el ordenador mientras me perseguía con una mirada inquieta.
Mmmm..Algo feliz, algo feliz..
Dancing in the moonlight. Si señor. El volumen al máximo. Las primeras notas ya me hacían cerrar los ojos y sonreír. Me deslizaba por el pasillo bailando. Sintiendo. Dejaba que mis músculos se hicieran mis dueños y respondieran a los impulsos de la música.
Aparecí en el salón moviendome como si estuviera en una ceremonia budú. No hay nada mejor que dejarse llevar.
Y él sonreía. Sabía que intentaría sacarle a bailar. Pero como siempre se negaba. Hacía fuerzas y acababa tirándome al colchón. Él se lo perdía. La canción seguía sonando.
Me levanté y comenzé a dar vueltas con los brazos extendidos. Más y más vueltas. La sensación de mareo me hacía libre. Y de tantas vueltas acabé tirada en plancha en el colchón mientras toda la habitación giraba a mi alrededor. Estaba exhausta. Rendida. Seguía sonriendo.
Y su cuerpo se acercó. Se recostó de lado y se dedicó a contemplarme. Giré la cabeza para encontrarme con su mirada. Nunca sabías que podía haber detrás de sus ojos.
Así eran nuestras tardes. Tardes de tiempo vivido. De tiempo sentido. Con todos los sentidos. Tardes dulces con lunas que hacían bailar. Tardes de ensoñaciones sumergidas en lavanda. Tardes nuestras. Sólo nuestras.
Sólo un apunte: en realidad no quería poner Dancing in the moonlight, jajajaj estuvo apunto de poner el disco del Tote.
ResponderEliminarHaz larga la historia, no nos dejes con sólo un fragmento.
^^
No me gusta eso de mentiras... podrías poner verdades.
ResponderEliminarSabes que me encanta esta entrada, más que encantarme, sólo emepcé a leerla y me metí en el papel, sin quererlo, sin saberlo.
Quiero más, que ahora estoy con la miel en los labios. (L)