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Intenté escapar de las palabras. Quería crecer. Tal vez lo haga con ellas. O tal vez agarre la mano de Peter para siempre.
No aguanté. No sé si ellas me pertenecen o yo les pertenezco a ellas. Me tienen calada.

jueves, 18 de julio de 2013

Signos. Y sueños de las 12:30

Yo estaba allí pero era hace muchos años. Me veía a mi misma de cría. Uno o dos años quizá. O una edad que no existe realmente. Todos dormían. Y un tipo había puesto bombas por toda la casa. Bombas. O lo que mi mente imagina que son bombas. Unas cajas metálicas que multiplicaban por dos el ancho y el alto de una caja de cerillas. Con luces parpadeantes rojas o verdes. Según si estaban activadas o desactivadas. Y que se adhieren a los muebles sin posibilidad de despegue.
Observaba a aquel tipo que quería destrozar a mi familia mientras dormían. Cuando se escabulló como un gusano fui corriendo al cuarto de baño a desactivar la que había pegado en la cara interna del mueble donde guardábamos la pasta de dientes y demás enseres. Ese mueble sigue existiendo. De tanto mirarle hacerlo había aprendido a desactivarla. Pero eran demasiadas y había otras más complicadas. No podría hacerlo sola. Aparecí en el cuarto de mis padres. Los dos durmiendo. Juntos. Qué rara esa visión después de tantos años. Y al lado una cuna. Conmigo dentro. Claro. En esa época todavía eran felices. Quería despertarles pero me guardé unos segundos más esa visión. Esa puñetera estampa me hacía feliz. Unos segundos más. Me alivia guardar ese recuerdo de papá. Esa imagen de mediana edad. Aún con pelo. Barba. Sólo con una chispa de barriga cervecera. Semblante serio. Y salud. Mucha salud. Me alegro de que en mis sueños no salga lo que la enfermedad hizo contigo. La paz de verte sería un infierno.
Me decidía y los despertaba. Les decía que papá tenía que ayudarme. Que eran demasiadas bombas para mí. Que sólo con él podría hacerlo. Se creían en un sueño o algo. Desorientados con los ojos entreabiertos. Repetí el sermón. Y papá sin preguntarse siquiera quién era se levantó corriendo, con su cara de urgencias, y nos pusimos a desactivarlas todas. Lo hacía en slips blancos. Como siempre dormía en verano. Al menos cuando vivía en casa. No sé si cambiarían sus hábitos.
Y trabajamos en equipo. Juntos. Sin hacerme preguntas. Sabía que era su niña muchos años después. Y yo prefería no contarle todo lo que iba a pasar. Quizá podría haber cambiado el curso de las cosas. Pero no lo hice. No lo hice.
Estaba feliz. Le tenía a mi lado. Sano. Fuerte. Vivo. Y sonreía como en esa cinta de VHS en la que me tiene en sus rodillas y da a probar el champán y pongo cara de asco pero quiero más.
Y no sé si la niña que era en la cuna o yo tiene miedo. Y mamá la coge de la cuna. Cogerla a ella es también cogerme a mí. Y veo como esa cría de la cual sólo conservo el tamaño de los ojos busca con táctica y estrategia un lugar exacto en el pecho de mi madre. Y se aprieta junto a él. Es el lugar donde más se escucha su corazón. Y a las dos se nos difumina el miedo.
He tenido miles de sueños con mis muertos. Mis no-vivos (en tierra). Seguramente muchos más bonitos. Más cercanos a la paz. Más dulces. No sé el porqué de contar éste.

No sé. Que no quería olvidarlo.

Y yo quería volver para contar otras cosas. Pero he acabado contando esto. Y mejor. Supongo.

El otro día me olió a mi médico de la infancia al subir al autobús. Le quería mucho. Un día debería ir a buscarle. Y también una tarde al salir del portal me olió a tarde de playa. De la mía. No de cualquiera. Y tengo señales por todas partes. Y no paran de suceder cosas. Buenas. Malas. Sorprendentes. Ni de llegar ni de irse personas. Buenas. Malas. Sorprendentes.

Supongo que sólo escribo para dejaros claro que sigo viva. O eso creo. Que, para mi decepción, al final no supe morir de la tristeza. O no me dejé hacer. No sé. Que sigo escribiendo. Aquí no. Pero sí en muchos sitios. Que ya no soy Rapunzel. Ni la misma. O bueno. 'Siempre la misma y siempre diferente' que diría Ángel González. Que sigo buscando el perdón. 'Mi propia penitencia para mis propios pecados'. Y que, para mi sorpresa, si que he vuelto a sentir por segundos Felicidad. Creía que me quedaría inerte. Pero lo volví a sentir.
Y todavía no tengo claro si es horrible o maravilloso.



viernes, 1 de marzo de 2013

Urgencias. Y heridas

Hoy hablaba con un buen hombre. No sé ni cómo salió la conversación pero me dijo:
-Si es que eres una niña, ¿qué tienes? ¿Veintidós? ¿Veintitrés?
-Veintiuno- respondí.
-Fíjate, veintiuno, eres una niña, yo te veo como una niña. Aunque tú te veas como una mujer, aunque te vean como a una mujer, a mis ojos eres una niña. Y seguro que a los de tu padre también. ¿A que te lo dice? Que siempre vas a ser una niña para él.
Me limité a sonreír. Pero insistió.
-¿Eh? ¿A que sí?
-Sí, me lo decía, me lo decía...

Y su cara. Y mi dolor de hablar en voz alta en pasado. Y saber que sí. Que a sus ojos lo era. Y que no quería que jamás me viese de otra forma.



sábado, 12 de enero de 2013

8 de Enero. Y.

Me lo repito para no esperarte. Para no pensar que sonará el teléfono y serás tú. A través de otro. O con tu pequeño hilo. Tus frases cortas. Tu esperanza marchitándose.
Sueño contigo. Sueño contigo resucitado. Y a todos nos parece tan normal. Y me lo creo. Y muero yo contigo al despertarme.
Sé que nos estabas esperando. Igual que mi princesa hizo con Irene. Que sabías que venía a por ti. Te di la mano. Y te acariciaba con el pulgar como hago siempre. Me dijiste que si estaba cansada podía soltarte. Y yo te dije que no. Sólo hacía mucha calor en la habitación. Luego tu brazo. Y te dejé fóvea. No por mi fuerza. Por tu cuerpo.
Yo no la esperaba tan cerca, ¿sabes? Me despedí hasta pronto. No hasta nunca. Aunque ahora sé que es hasta siempre. Te siento. Y ojalá estés leyendo esto mientras lo escribo. Me estaba preparando para despedirte. Cuando sientiera que era la última lo diría. Diría que te quiero. Que ojalá nunca hubieses dudado de cuánto lo hago. Perdóname papá. Perdóname. Todavía no he aprendido a decirlo. Y ya no tengo más oportunidades. Ojalá que sea verdad que las palabras no hacen falta para todo. Ojalá recordases cuando dijiste una vez "la chica es la que más me quiere de todas". Ojalá te dieras cuenta de que todo lo que no decía era por no volverme una cría delante tuya y pedirte que no te fueras. Igual que tus lágrimas no eran fisiológicas.
Me enfadé mucho cuando no quisiste mudarte aquí. Después lo entendí. Pero me habría gustado tanto cuidarte como he aprendido. Cuidaré de todos como hubiera querido hacerlo contigo papá.

Pienso en tu risa. Cuando te dió un ataque de la tuya contagiosa y acabamos todos los que nos juntábamos en el campo en el suelo llorando a carcajadas. Pero luego pienso en cómo llabamas a tu yerno campeón. Y a mi chiquitina. Que no podré presentarte a ningún chico como querías. Ni habrá enanos que puedan llamarte abuelo. Y se me desgarra el ancla hasta colgarme del apex.

Voy a pensar mucho en ti papá. Voy a pensar siempre en ti. Cómo no hacerlo si te tengo tan cerca. Voy a escribirte cartas. Voy a guardarlo todo. No quiero que te me escapes.
Dile a todos que les quiero. También a los que no conocí. Cuida a la reina, por favor. Y no te preocupes por nosotros. Es que el peso de esos cabrones se nos salen por los ojos. El desgraciado del cáncer. Y la muerte puta.

Ya no les tengo miedo papá. Diles que se dejen de atacar a mi familia y  vengan a por mí. Si tienen cojones. Ganaré siempre. Siempre. Porque me dejará con ellos. O me llevará con vosotros. Contigo. Y esas son todas mis victorias.