Desperezarme entre tus pies que aún andan calientes de humo y humor. Me
dejaste sin sábanas en un vuelco de mariposas. Quitarme las legañas en el
camino que emprendí a tientas entre tu tibia [lengua] y tu peroné [-cesito tu
saliva]. Hacer mi cuerpo cóncavo a tu rótula sin cabos. Como si te tuviera en
el planeta Venus. Entre [Para. Por. Según. Sin. Sobre. Tras].Mis piernas. Como
ves me aprendí bien las preposiciones. Ahora me tocan las proposiciones. Que me
perdone el dios conSIDArado por el pueblo porque escribo esto en la puerta de
una iglesia. Tampoco hay tanta diferencia entre nosotros. Ellos andan ansiosos
por comerse a cristo en hostias consagradas. Y yo ando a hostias por las horas
por no poder comerte. Que tú sí que eres sagrado. Pisar a fondo entre tus
muslos. Cambiaré a la marcha que decidas. Pero no me pidas que frene. Tengo
demasiados niños aquí delante como para hablar de donde quise aparcar y
tragarme las llaves. El sin vivir de tu bajo ombligo. Habrá que saltar
por el precipicio y comprobar si sabemos volar(nos). Que no los sesos. Si no
los sexos. Los nexos. Los plexos. Aunque tú y yo podríamos echar los polvos [de
estrella] con las mentes que quisiéramos. Y hacer que el eje de la tierra varíe
unos grados. Los mismos que nuestros cuerpos de temperatura.
Ando a susurros por tu abdomen para no despertarte. Siempre rodeando a tu
ombligo por no caer en él y volverme tunombrecentrista. Me agarré a tus
costillas flotantes pidiéndoles explicaciones de por qué precisamente me hacías
sentir así. Surfeé entre tus cartílagos costales hasta llegar a tu esternón
dónde la brújula me indicó el Noreste. Allí marqué tu suelo por si algún día tenía
bandera. Me tumbé y aprendí que los Nocturnos de Chopin no tienen nada que
hacer contra uno sólo de tus latidos. Y menos si el director de la orquesta
hace comenzar a tocar a los instrumentos de viento [de tus inspiraciones y
expiraciones]. El culmen de la obra será cuando rompan los de cuerda [de tu
garganta] en mis oídos tardíos. Me deslicé por esos brazos que a veces no
sientes tras derramar todo el alcohol de mis ojos borrachos. En tus
metacarpianos me tartamudearon las piernas al recordar cómo te diste la vuelta
y me pediste un abrazo. Entre tus dedos movimientos de ballet. Que me
remordería la conciencia [y más te re-mordería a ti] dejar sin suministro
eléctrico al resto de los perecederos. Y pensar que tocaron al dios de dioses y
yo sin saberlo.
En el peregrinaje hacia tu garganta
fui dejando migas de sonrisas. Por si algún día tenía que exiliarme de tu
cuerpo. Ya sabes, debo tener de reserva. Que la patria se añora cuando está
lejos. Me convertí en la estrella de mi circo haciendo equilibrios entre tus
clavículas. Lo tenía fácil. La gravedad me lleva a ti por lo que jamás caería.
Deseé terminar mi metamorfosis. Ya tenía alas. Pero joder, quería ser un
maldito cisne. Olvidarme de las estaciones enredada en tu cuello. Avancé por tu
nuez a besos ventosados. Lástima que no fuera digerible. Abrirse camino entre
tu barba no fue fácil. Ese condenado carácter sexual secundario era para mí
como un suelo de lejía para los gatos. Me dilataste las pupilas y los vasos
sanguíneos pasos después de tu barbilla. Creí no poder salir de allí. Me sentí
Mark Renton en la cama de su cuarto. Emergí de tu desem[boca]dura anclando tus
comisuras en los pómulos donde caían las pestañas de mis deseos de aniversario.
Fue un acto kamikaze hacerte sonreír. En tu nariz vivían un poblado de
esquimales. Me dieron la bienvenida con abrigos cosidos con tu maldita dulzura.
Me desvié del camino por un punto que siempre esperé que fuese Y seguido. Nunca
aparte. Cuentan las leyendas que se llamaba lunar y que era el primero de
muchos. Esa sería mi siguiente ruta. Y en el tobogán de tus pestañas me
advirtieron el final que me esperaba. Yo no quería morir si no era con tus puñalás.
De un salto me colgué del lóbulo de tus orejas para preguntarte porqué habías
tardado tanto. En todos los sentidos. Como siempre. Tu pelo fue mi colchón y
mis sábanas. Volví a conciliar. El sueño. Tu sueño. La vida. Mi vida.
Arrancaré los segunderos para hacerme agujas de tejer. Que toda esta mierda
nunca fue menos mala como cuando te tuve en 120 centímetros.
Footer
Intenté escapar de las palabras. Quería crecer. Tal vez lo haga con ellas. O tal vez agarre la mano de Peter para siempre.
No aguanté. No sé si ellas me pertenecen o yo les pertenezco a ellas. Me tienen calada.
sábado, 19 de noviembre de 2011
domingo, 13 de noviembre de 2011
19 días. Y 500 noches
He vuelto a engañarme. Le di fin a esto porque no me parecía justo para nadie. Para ti. Para mí. Para mis órganos vitales. Pensé también que quizás si le quitaba la droga al yonki pediría explicaciones. Pero que va. Tal vez ni te diste cuenta de que cerré las puertas durante estos últimos y no tan últimos días. Pero ya sabes, me tienen calada. Leí una vez algo así como "Te escribo a ti, que no me lees". Bueno. Tú si me lees. Creo que siempre lo preferiste. Yo, si me permites, prefiero escucharte. En un radio de 3 mm si es posible. He ahí la razón de todo. Aquí la historia sería más bien "Te escribo a ti, que si me lees, pero callas" Y me odio por hacer esto. No quiero mendigar. Sí. Te dije que nunca necesitaba respuestas. Que me bastabas con ser. Y claro que me basta con eso. Tal vez porque sé que no te merezco. Que el karma sobrepasó sus límites conmigo al hacerte aparecer. Pero quiero hacerlo. Merecer.
Te. A ti. Contigo.
Quiero que me bastes con ser. Pero también con estar.
Ya no sé ni que decirte ni que soñarte para que no (te, me) olvide(s).
Para que me des la dirección de tu asteroide. Si no quieres bajar al planeta de acuerdo. Siempre he querido exiliarme.
Para que, como bien sabes decía Benedetti, un día cualquiera no sé cómo ni sé con qué pretexto por fin me necesites. Lo de quedarme en tu recuerdo creo que lo conseguí.
Te ofrecí construir un nuevo canal. Sin exclusas. Ni excusas. Que comunicase tu mirada atlántica con mi natural pacífico. Como en el final de El lado oscuro del corazón. Ese al que tú le pusiste bombillas. Tu señal fue rara. Con interferencias quizás. Quise compartir contigo el día de mi Valiente Veraz y Vengativo enmascarado. Te ofrecí mi calendario. Mis cuándos. Mis dóndes.
Ofrecí, me. Y no sé si se atascó tu cinta de cassette. Si saliste corriendo. Si lo tiraste todo al contenedor. O si tienes una madeja de lana en la cabeza de la que no encuentras el principio.
Si vas a desaparecer dilo. Dilo. Alto y claro. O con mesura y buena letra. Pero dilo.
Y llévate contigo los pactos con la CIA. Con Paulo Coelho. Y con Morfeo. Llévate las ambulancias. Los apellidos. La fórmula1. La lluvia. Llévate las F que quito de cualquier lugar. Las canciones que te toman por protagonista. Y los renglones de los libros en los que te encuentro durmiendo. Llévate las colonias de los grandes almacenes. La parcela 7. Los lugares donde te imaginé y apareciste. La parada del 13. Los cuartos ajenos que te dan contracciones. Las películas que tienen complots contra mí. Llévate la sonrisa inmaculada de ese que me mira desde mi escritorio.
Pero joder, quédate. En la forma que quieras. Que no sea de recuerdo. Ni de alucinación. No habrá adjetivos calificativos. Ni fotos. Nadie sabrá qué, cómo, cuándo ni dónde. Me estoy desintoxicando de esos mundos, ¿sabes? Estarías orgulloso de mi. Tendré que volver a Londres a mandar a la mierda al hindú si no apareces.
Dije que era incapaz de mentirte. Y bueno, en realidad no lo hice. Sólo no te lo conté. A mí también me das miedo. Me lo diste al día siguiente del número 27 cuando no dejabas de mirarme. Sentí miedo cuando supe que en poco tiempo ibas a cumplir dos años de vida. Me dio miedo pensar que no hubieras vuelto a nacer. Me da miedo escribir. Hablar. Contar. Agobiar. Desear. Soñar. Pensar. Extrañar. Todo terminado en te, ya lo sabes. Y sobre todo me dan miedo tus idas y venidas. Que te canses de mi enfermedad mental. Construir Everests de granos de arroz. Y que yo parezca la Penélope de Serrat en la estación de tren.
No sé. Hagamos un trato. Yo te ofrezco seis de mis siete vidas. Y tú, no sé. Podrías quedarte en ésta un ratico más a mi lao.
Te. A ti. Contigo.
Quiero que me bastes con ser. Pero también con estar.
Ya no sé ni que decirte ni que soñarte para que no (te, me) olvide(s).
Para que me des la dirección de tu asteroide. Si no quieres bajar al planeta de acuerdo. Siempre he querido exiliarme.
Para que, como bien sabes decía Benedetti, un día cualquiera no sé cómo ni sé con qué pretexto por fin me necesites. Lo de quedarme en tu recuerdo creo que lo conseguí.
Te ofrecí construir un nuevo canal. Sin exclusas. Ni excusas. Que comunicase tu mirada atlántica con mi natural pacífico. Como en el final de El lado oscuro del corazón. Ese al que tú le pusiste bombillas. Tu señal fue rara. Con interferencias quizás. Quise compartir contigo el día de mi Valiente Veraz y Vengativo enmascarado. Te ofrecí mi calendario. Mis cuándos. Mis dóndes.
Ofrecí, me. Y no sé si se atascó tu cinta de cassette. Si saliste corriendo. Si lo tiraste todo al contenedor. O si tienes una madeja de lana en la cabeza de la que no encuentras el principio.
Si vas a desaparecer dilo. Dilo. Alto y claro. O con mesura y buena letra. Pero dilo.
Y llévate contigo los pactos con la CIA. Con Paulo Coelho. Y con Morfeo. Llévate las ambulancias. Los apellidos. La fórmula1. La lluvia. Llévate las F que quito de cualquier lugar. Las canciones que te toman por protagonista. Y los renglones de los libros en los que te encuentro durmiendo. Llévate las colonias de los grandes almacenes. La parcela 7. Los lugares donde te imaginé y apareciste. La parada del 13. Los cuartos ajenos que te dan contracciones. Las películas que tienen complots contra mí. Llévate la sonrisa inmaculada de ese que me mira desde mi escritorio.
Pero joder, quédate. En la forma que quieras. Que no sea de recuerdo. Ni de alucinación. No habrá adjetivos calificativos. Ni fotos. Nadie sabrá qué, cómo, cuándo ni dónde. Me estoy desintoxicando de esos mundos, ¿sabes? Estarías orgulloso de mi. Tendré que volver a Londres a mandar a la mierda al hindú si no apareces.
Dije que era incapaz de mentirte. Y bueno, en realidad no lo hice. Sólo no te lo conté. A mí también me das miedo. Me lo diste al día siguiente del número 27 cuando no dejabas de mirarme. Sentí miedo cuando supe que en poco tiempo ibas a cumplir dos años de vida. Me dio miedo pensar que no hubieras vuelto a nacer. Me da miedo escribir. Hablar. Contar. Agobiar. Desear. Soñar. Pensar. Extrañar. Todo terminado en te, ya lo sabes. Y sobre todo me dan miedo tus idas y venidas. Que te canses de mi enfermedad mental. Construir Everests de granos de arroz. Y que yo parezca la Penélope de Serrat en la estación de tren.
No sé. Hagamos un trato. Yo te ofrezco seis de mis siete vidas. Y tú, no sé. Podrías quedarte en ésta un ratico más a mi lao.
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