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Intenté escapar de las palabras. Quería crecer. Tal vez lo haga con ellas. O tal vez agarre la mano de Peter para siempre.
No aguanté. No sé si ellas me pertenecen o yo les pertenezco a ellas. Me tienen calada.

domingo, 6 de mayo de 2012

A mi columpio. Y madre

Se me forma un trombo de palabras cuando intento hablar de ella. Y es que no es fácil probar a unir letras que se apilen llegando a la azotea de la deuda eterna que tengo con sus días. Es preciosa. Lo era de pequeña con su tebeo entre las manos. Vestida de blanco con los labios lleno de ilusiones. Después de cada una de nosotras. Cada vez que viene y me cuenta lo que ha aprendido. En todos y cada uno de los momentos en que me pregunta cómo está. Y también cuando no lo hace. E incluso cuando se levanta con los párpados a medio camino y su pelo ha decidido ser anárquico. Ahí diría que está más bonita que nunca.
No sólo nos ha criado a nosotras. Hay más de ésta familia que la consideran madre además de nuestra fiera en miniatura. Sin olvidar a todos aquellos que a lo largo de los caminos (nunca mejor dicho) la llamaban "mami" y buscaban sus consejos como resorte. Entonces a mí no me queda más que recordar lo que dice mi querido Tayler Durden:  "Estás en la boca de los sueños de tantos que todavía, cuando no miras, celebro un gol a la vida por haberme tocado, tú, que podías elegir destino y escogiste precisamente el mío." Saber que tantos la quieren pero es mía me hace incandescente. Y me pregunto si podré tener más suerte a lo largo de mis días porque con ella ya me llevé la palma. No sería justo para el resto. 
Y yo no sé cómo compensarla. Sí que hay una caja llena de felicitaciones, dibujos y pamplinas que demuestran lo que pocas veces digo. Siempre fui más de escribir que de decir. Y espero que ella sepa perdonar esa ausencia. Pero cada día se lo susurro con mis córneas. Y se me escapa entre líneas cada vez que le hablo. Ojalá sepa escucharme. Aunque yo creo que sí, que la telepatía que nos une desde que era un cigoto no puede fundirse. Eso va sin pilas.

Es la culpable de mis llantos nunca superados con Dumbo y todos esos traumas madre-hija de Disney. Siempre pienso en ella. También de que con veinte años haya visto más mundo que muchos en toda su vida. Ojalá supieseis lo maravilloso que son los aviones a su lado. Y las calles. Y los museos. Y la risa tonta que nos entra en los hoteles. Ver su cara ante El beso de Klimt o el espectáculo de Wishes o regalos de los seis de enero son cosas que aún no he aprendido a describir.

Imposible no sonreír al recordar los vestidos que me ponía que siempre picaban en el cuello. Las luchas por no querer bañarme y luego no querer salir de la bañera. Y por huir de esos baños nasales de sal marina. Las horas sentada delante de un plato de chicharos. Sus engaños con la comida. Su arroz con leche. Sus croquetas. Los miles de perfumes que ahora son ella. Cómo lloré la primera vez que no pudo acompañarme al colegio porque estaba mala. El pasear siempre agarradas. La risa de pulgoso que le sale. Cómo me deja colarme en su cama. Cuando me acosa para pedirme cariño y me dice que ya no la quiero. Su cara expectante esperando que abra un regalo y me encante. Su siempre "vas a llorar" cuando me los da. Como me mira cuando cree que estoy guapa. Y también cuando piensa que algo me queda horroroso. Su gusto por mi pelo. Y por presumir de mis ojos, mis pestañas y mi altura. Lo que le gusta ir contando por ahí lo que hace su niña. Lo que estudia su niña. Verla con dolor de estómago de tanto reírse cuando está con sus amigas o con su "chiqui". Cómo hace amigos en los autobuses. Sus ganas de siempre ser la mejor en inglés. Y ver cómo nos supera a todos con creces. Verla hablar por otros países es un gustazo. Todo lo que ha hecho por tachar a mi corta edad tantos de los sueños de mi vida, esa insaciable lista. Verla beber leche a morro. O abrir la boca al pintarse los ojos. Su hombro que supera a las almohadas de viscolátex. E incluso cuando me dice que parezco un cerdo con esa argolla puesta.

Mis fracasos duelen más en su presencia. Pero en vez de echarme abajo es cuando más me quiere. Y de eso sí que no sé qué decir. Y las victorias que a veces recolecto no tienen sentido si no tienen su aprobación. Me empuja hacia mis sueños. Pero no con fuerza. Pero no me oprime. Es más como una palmada en el culo al nacer. Me deja ir sola en su conquista. Pero sé que la tendré a un silbido a mi lado.

El presupuesto siempre lo rompo por ella. Y saber conmoverla me da segundos extras de vida. Y le prometo que cuando trabaje le regalaré esos bolsos imposibles, esos viajes que nos faltan, esas lámparas para su casa de muñecas. Le daré todo lo que quiera. Todo lo que me pida. Y no será suficiente. 
Que sea feliz. Feliz hasta el hastío. Hasta un estado de continuo ronroneo. Eso es lo que quiero. Eso es lo que debe sentir. Menos sería faltarle el respeto a la vida. Y ella me enseñó demasiado bien la educación. 

Imposible no temblar al pensar en su ausencia. Ella se ríe de mí cuando me cabreo al escuchar sus bromas sobre lo corta que tiene la línea de la vida y lo poco que le queda. Pero a mí no me hace gracia. No estoy preparada. Ni ahora ni nunca. La necesito tanto. Soy una niña entre sus brazos de goma que borran el dolor y la tristeza. Porque no podré soportar no decir nunca más su nombre. Porque ella es la palabra más bonita del mundo. La primera que dije. Y la que no quiero que se quede enterrada en mi garganta.

Madre. Mamá. Mami. Mamuchi.Mamotiz. Má. Mi queridísima Mii. Te quiero. Más allá de cualquier límite espacio-temporal. Te quiero. Gracias. Infinitamente infinitas. 





Y la felicidad es verte andar por casa, todas esas arrugas que la risa hizo en tu cara. Madre siempre habrá, estemos donde estemos, una gran línea recta entre tu cuerpo y mi cuerpo.